Ricardo Miguel Picasso: El nombre del autor

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El nombre del autor

      Inspirado en “El hombre del paraguas” de Roald Dahl.

La vida me regala los años; son años que vienen más cortos, y cada vez son más pesados. Tantos años regalados resultan ya incontables años.

También ya son incontables mis trabajos, mis anhelos, mis proyectos. Si tengo que mencionar mis sueños, mis infinitos y fantásticos sueños, puedo quedarme satisfecho, ignoro en cuantos de los tantos rincones de las memorias olvidadas deben haberse escondido.

Aunque, por sobre todas las cosas, creo que lo más destacado han sido mis esfuerzos por vivir de la literatura. Me llevó unos buenos años pero lo logré. No vivo precisamente de mi literatura, con ella nunca tuve suerte. Vivo de lo que escriben otros. Usted pensará si soy librero o editor, no señor. Si tengo una imprenta o si distribuyo libros, tampoco. Tal vez piense que soy crítico, traductor o corrector, de ninguna manera. No soy autor, no soy librero, no soy editor ni me dedico a ninguna de las profesiones u oficios reconocidamente ligados a las letras. No soy nada de eso y sin embargo vivo de la literatura.

Usted se preguntará cómo es esto, de qué manera me ocupo, a que extraña profesión pertenezco. No es nada fácil para mí estimado amigo, confiarle mi secreto. En realidad me avergüenza esta confesión, pero si algo debo rescatar entre tanta indignidad, es la franqueza que le debo a usted. Sí, es usted mi lector amigo, el único que me puede aliviar y comprender, el único a quién jamás podría fallarle. Su complicidad es mi tabla de salvación.

Imagino lo que se estará preguntado. Se sabe usted lector e indudablemente lo sabe con la mayor certeza, en absoluto dudo de ella. Si algo es posible afirmar con total seguridad es que el lector es usted.

Entonces, si el lector es usted, ¿quién soy yo? ¿Soy el autor? No, no soy el autor. Lo lamento más por mí que por usted. Las letras que está leyendo parecen de un autor, y quizá sea lo más aproximado a la escritura de un autor, pero en verdad yo me dedico a la estafa. Sí señor, leyó bien, soy un estafador. Todo lo que se pueda leer de mi supuesta autoría es plagio, puro plagio, nada hay en ello de originalidad, o por lo menos de las formas convencionales de originalidad.

Ya está, ya se lo dije, ya confesé. Mi vergüenza se suaviza con un suspiro de alivio, de liberación de palabras largamente silenciadas, como aguas embalsadas que por fin sueltan su tempestuoso torrente luego de una eterna espera.

Fueron muchos años de versos inútiles. Páginas y más páginas terminaron rechazadas por un sinnúmero de editores. Poemas, cuentos, novelas y ensayos quedaron en el olvido o se perdieron con las cenizas de los leños. Las horas de mi pluma quedaron vacías. Mi vocación de autor quedó destruida. La vida ya me había llevado los mejores años pero tenía que seguir, tenía que sobrevivir y mi volátil imaginación me tenía que dar otra oportunidad. Así que, amigo mío, me dediqué a la estafa.

Me inspiraron los vendedores ambulantes que ofrecen mercadería falsificada. La diferencia consiste en que, a la inversa de ellos, justamente la mercadería es de buena calidad y el falsificado es el autor.

Poemas maravillosos aunque aún poco conocidos han escrito todos los grandes autores. Que un pequeño, elegante, educado y añoso hombre los recite en un vagón de subte o tren puede ser sumamente conmovedor para el pasajero. Es importante que la rutina diaria del viaje sea perturbada por bellas estrofas expresadas con alta emotividad. Mi satisfacción es enorme cuando un oficinista, una estudiante, un jovencito o alguna señora quedan embelesados con mis creídos versos y se acercan para llevarse un ejemplar. La rentabilidad de la empresa está asegurada. Pero omitir el nombre del autor es, ciertamente riesgoso. Siempre hay algún erudito, poeta o profesor de letras viajando hacia su cátedra. Si soy descubierto, de inmediato aclaro mi rol de intérprete reiterando un par de veces el nombre del autor con el agregado de elogiosas citas y algunas referencias biográficas. He salido del apuro en varias oportunidades aunque siempre el desconfiado ha seguido mi recitado sin abandonar su cara de desconfiado. Si la situación continua espesa, en mi valija conservo el segundo recurso. La tengo dividida en dos. De un lado los poemas con el autor original para sacarme del apuro, pero en el otro lado está lo más importante, los poemas que más me agrada vender, son los que tienen grabado mi nombre de letras doradas en una nueva tapa y en las páginas iniciales. ¡He alcanzado el mayor logro de toda mi vida! Las ventas son mayores que las que cualquier poeta renombrado de este país puede tener. Siento el sabor del triunfo, el triunfo de un nuevo aunque viejo protagonista del mundo de las letras. El orgullo y el sentimiento de revancha son tan enormes que todos mis fracasos anteriores, todas las cargas morales, todas las vacilaciones que mi conciencia ha argumentado han quedado atrás, desplazados absolutamente del orden de valores de mi ser. Lo único que ha permanecido intacto es la necesidad de sincerarme con alguien, y con usted lo estoy cumpliendo.

Ahora ya confesé. Ahora que ya tiene usted mi amigo, la confesión más cruda, mi confesión. Pero le voy a pedir algo. Necesito que me haga un gran favor. Le ruego ante todo, la misma sinceridad que yo he tenido con usted, ¿de acuerdo?

Dígame. Francamente se lo pregunto. ¿Nunca ha pensado que todo lo que su boca dice, todo lo que su mente piensa, todo lo que imagina, aquello que usted sueña y luego escribe, todo aquello que decide y que siente, no es otra cosa que la mera copia de lo que ya se le ocurrió a otro autor?

Ricardo Miguel Picasso

Mayo de 2012

 

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